(extraído del Foro Formosa Pipa Club)
Los riesgos para la salud del consumo de cigarrillos están muy bien
caracterizados mediante estudios epidemiológicos que han seguido la
evolución de centenares de miles de fumadores a lo largo de décadas. En
cambio, los estudios sobre la salud de los pipafumadores son pocos, y
aun son menos aquellos que se pueden considerar de calidad.
Un estudio epidemiológico necesita, en primer lugar, muchas personas si
es que quiere alcanzar conclusiones sólidas. Naturalmente, es mucho más
difícil encontrar 10.000 fumadores de pipas que 10.000 fumadores de
cigarrillos. Como los efectos sobre el organismo del tabaco pueden
manifestarse incluso muchos años después de haber dejado de fumar, ha
sido difícil concluir si los efectos observados se debían a la pipa, o a
los cigarrillos consumidos años atrás. Por último, algunos estudios no
han dado cuenta de factores críticos como la edad de inicio, la duración
de consumo o la profundidad de inhalación.
Con todo, existen cuatro estudios correctos que, en conjunto, permiten
contestar con bastante precisión a varias cuestiones relevantes. A
continuación voy a presentar con algún detalle estos cuatro estudios.
Están publicados en inglés. Mediante la referencia, se puede obtener una
copia de cualquier biblioteca médica. En este entrega, solo publicare
el contenido general de ellos y en la sucesivas entregas lo hare
puntualmente
El estudio más antiguo es de 1996. Se titula ‘Ser pipafumador en los
Estados Unidos, 1965-1991: Prevalencia y mortalidad atribuible’. (Nelson
E, et al. pipe smoking in the United States, 1965-1991: Prevalence and
attributable mortality.Preventive Medicine 1996;25:91-99). Es una
recopilación de autocuestionarios de salud que miles de norteamericanos
rellenaban y enviaban por correo. La salud de estas personas se
registraba año a año durante décadas y se ponía en relación con sus
hábitos de vida. En el cuestionario se preguntaba por el consumo de
tabaco , pero no sobre la cantidad o costumbre de inhalar el humo.
El segundo estudio importante es de 1999: ‘Fumar en puro y pipa y
riesgo de cáncer de pulmón: un estudio multicéntrico en Europa’ (Boffeta
P, et al. Cigar and pipe smoking and lung cancer risk: a multicenter
study from Europe. J Nat Cancer Inst 1999;91(:697-701).
En este estudio se comparan 5600 enfermos de cáncer de pulmón con 7200
personas sanas de Alemania, Italia y Suecia. Su principal inconveniente
es que estudia la influencia de distintas modalidades de consumo de
tabaco sólo sobre el cáncer de pulmón, y que, según el aspecto que
considere, junta los grupos de fumadores en pipa con los de puro.
En 2003 se publicó un estudio británico sobre un aspecto generalmente
poco estudiado del tabaco en puros, las enfermedades del corazón y las
arterias. ‘Fumar en pipa y puro y sucesos cardiovasculares graves,
incidencia de cáncer y mortalidad global en hombres británicos de
mediana edad’. (Shaper, et al. Pipe and cigar smoking and major
cardiovascular events, cancer incidente and all-cause mortality in
middle-aged British men. Int J Epidemiol 2003;32:802-808). Es un estudio
en el que se sigue la evolución durante 22 años de 7735 hombres entre
40 y 60 años. Por desgracia también mezcla los fumadores de pipas y
puros, como lo revela que la cantidad media de tabaco que se fumaba al
día era 11.5 g, el equivalente a casi 4 pipas.
Por último, el año pasado se publicaron los resultados de un estudio de
muy buena calidad. ‘Asociación entre fumar exclusivamentepipa y la
mortalidad por cáncer y otras enfermedades’ (Henley SJ, et al.
Association between exclusive pipe smoking and mortality from cáncer and
other diseases. J Natl Cancer Inst. 2013;96(11):853-61). Es el único
que se limita a personas que fuman pipas, y que nunca han fumado cigaros
ni cigarrillos. 123.044 americanos rellenaron un cuestionario de salud
de 4 páginas en 1982 y cada dos años se evaluaba si vivían todavía y, en
caso de haber muerto, de qué enfermedad. Se identificaron 8880
fumadores y 6383 exfumadores de pipa que nunca habían consumido
cigarrillos ni cigarros. Además, de cada uno de ellos se conocía la edad
de consumo de la primera pipa, el número de pipas que fumaban al día de
promedio, cuántos años habían fumado, cuántos desde que dejaron de
hacerlo y si solían inhalar el humo. Como ven es el estudio más completo
y de más calidad publicado hasta la fecha.
Cuestiones de hecho y cuestiones de grado.
Cuando, a principios de un verano, empecé a fumar pipa, la reacción de
mi familia y amigos fue casi unánime. En esencia, de incomprensión
respecto al hecho de que, no habiendo fumado jamás, decidiera
voluntariamente adoptar una costumbre perjudicial para la salud. Aun
admitiendo el placer que me pudiese proporcionar el tabaco, opinaban que
ningún placer o ventaja justificaban arriesgar la salud y, a la postre,
incluso la vida.
Esta opinión parece, desde luego, sensata. Sin embargo, adolece en
origen de un error; considerar el intercambio entre riesgo y placer como
una cuestión de hecho cuando, en mi opinión, lo es de grado. No es
cierta la afirmación“no se arriesga la salud”. Es cierto, en cambio, “a
partir de cierto grado de riesgo, no se adoptan tales o cuales hábitos o
conductas potencialmente perjudiciales”. Muchos aspectos de nuestro
comportamiento confirman que es así. Si, sencillamente, extirpáramos de
nuestra vida cotidiana todo aquello innecesario que la pone en riesgo
(cuestión de hecho), no comeríamos grasa alguna de origen animal, no
añadiríamos sal a nuestra comida, o no haríamos largos desplazamientos
en carretera durante las vacaciones. Estas cuestiones, al contrario que
el consumo del tabaco, sí que son percibidas por la mayoría de la gente
como de grado. Es decir, aun aceptando que un accidente mortal de coche
es una posibilidad real, la probabilidad de que suceda se nos antoja lo
suficientemente pequeña como para cambiarla por el goce del viaje
vacacional.
Resulta curioso que las mismas personas que, sin hacerse una reflexión
explícita de ello, consideran como cuestiones de grado las que he
mencionado, y otras como el consumo de alcohol, bañarse en el río,
montar a caballo..., se toman el tabaco como una cuestión de hecho. Los
mismos que dirían “se puede uno bañar en el río, montar a caballo o ir
cientos de kilómetros por carretera, siempre que se haga con precaución;
se puede consumir sal, grasas animales o alcohol, si se hace con
moderación”, probablemente simplemente propongan “no se fuma”.
Tabáquicos como alcohólicos.
La explicación reside, a mi juicio, en la forma típica de consumo del
tabaco en la sociedad occidental: el cigarrillo. El tabaco se puede
consumir bajo la forma de puros, tabaco para pipa, rapé, pipa de agua y
varias otras. Pero la más frecuente, la inmensamente mayoritaria, es la
del cigarrillo, que resulta ser la más funesta de todas. El cigarrillo
es un producto grosero y sumamente perjudicial, cuya popularidad sólo se
explica mediante la actividad prácticamente criminal de la industria
tabaquera, que ha promocionado su consumo manipulando los aditivos para
convertir al cigarrillo en un producto altamente adictivo, dirigiendo
casi todos sus esfuerzos publicitarios a los adolescentes, y
convenciendo al público de que la forma correcta de fumar es inhalando
el humo, lo que no ofrece un punto de ventaja sobre la capacidad de
saborear el tabaco, pero es inmensamente más adictiva al absorber mucho
más eficaz y rápidamente la nicotina.
La mayoría de los bebedores de alcohol no son, ni mucho menos
alcohólicos. Casi todas las personas que cada uno de nosotros conoce
consumen con cierta regularidad algo de vino en las comidas, una cerveza
de vez en cuando, o una copa después de la cena y, sin embargo,
probablemente sólo sepamos de una o dos de ellas que sean adictas. Sin
embargo, la mayoría de los fumadores de cigarrillos no son,
estrictamente hablando, ‘fumadores’, sino ‘tabáquicos’, enfermos de
tabaquismo. La mayoría de las personas que fuman cigarrillos lo hacen en
cantidades cercanas a un paquete diario. Esto es, a todas luces, una
cantidad desmesurada, equivalente a unas diez pipas inhalando todo su
humo. Casi ninguna de estas personas obtiene ya verdadero placer de cada
uno de esos cigarrillos, la clase de placer que obtiene quien saborea
una pipa o una copa de buen licor. El fumador de cigarrillos enciende
uno media hora después del anterior, compulsivamente, sin apenas darse
cuenta de que fuma, simplemente para calmar su adicción a la nicotina,
igual que el alcohólico lo hace con el alcohol.
Es muy fácil percibir las diferencias entre el fumador de cigarrillos y
el de pipa, que asemejan al primero al alcohólico y denuncian su
adicción. Casi cualquier fumador severo de cigarrillos afirmará que
desearía no haber empezado jamás a fumar, reconoce que quisiera ser
capaz de dejarlo y, en realidad, casi cualquiera lo ha intentado al
menos en un par de ocasiones. Pero no puede conseguirlo, incluso cuando
las señales más claras denuncian que su salud se está afectando por
ello. Naturalmente, el tabaquismo se acepta socialmente mejor que el
alcoholismo, en parte porque es mucho más frecuente, en segundo lugar
porque el alcoholismo lleva aparejada una intoxicación aguda con
conductas antisociales (la borrachera) que no sucede con el tabaco, por
elevado que sea su consumo, y, en último lugar, porque el alcohólico se
denuncia a sí mismo con unos cambios físicos fácilmente perceptibles que
no afectan a los fumadores de cigarrillos dependientes de la nicotina.
El alcoholismo nos parece mucho más grave que la dependencia de los
cigarrillos pero, en esencia, son la misma cosa.
La mayoría de los fumadores de pipa no somos dependientes de la
nicotina, no somos ‘tabáquicos’, del mismo modo que la mayoría de las
personas que bebemos no somos alcohólicas. Tampoco quienes tomamos sal
lo solemos hacer a puñados hasta matarnos de hipertensión; quienes no
somos vegetarianos no estamos ingiriendo embutidos de la mañana a la
noche, embozándonos las arterias de grasa; tampoco quienes salimos por
el placer de viajar a la carretera conducimos temerariamente en la mayor
parte de los casos. Es por eso que todas esas cuestiones son apreciadas
de forma natural como de grado por la mayor parte de la gente. Sin
embargo, por cada pipafumador, una persona normal conocerá varios
cientos de fumadores de cigarrillos. Y la mayoría de ellos fumará
desmesuradamente y será fácil apreciar que, más que disfrutar de ello,
parecen estar apresados por su propio hábito. No es extraño que esta
experiencia trascienda a todos los fumadores, también los de habano, y
que los no fumadores se hagan del consumo de tabaco no una cuestión de
grado, sino de hecho.
No pienso que los fumadores de cigarrillos sean estúpidos. Tan sólo
víctimas de la manipulación publicitaria de la industria del tabaco, que
los indujo a fumar durante la fase menos crítica de su vida, la
adolescencia. Y que, a sabiendas del daño que ello producía, les ofreció
el tabaco bajo su forma más perjudicial, el cigarrillo, mezclado con
sustancias que aceleraban el proceso de adicción y proponiendo además la
vía inhalatoria. Algunas personas son capaces de consumir sólo cuatro o
cinco cigarrillos diarios. Ellos eligen el momento de fumar y lo
disfrutan de veras. Suelen, curiosamente, no aspirar el humo, sino
saborearlo en la boca como los fumadores de pipa o puro (¿alguien tiene
papilas gustativas en los pulmones?). Por desgracia, esto es la
excepción. La mayoría de los fumadores de cigarrillos, a diferencia de
los pipafumadores, caen rápidamente en un consumo abusivo que consiste,
en esencia, en llevar de la forma más rápida posible (la pulmonar) la
suficiente cantidad de nicotina a la sangre, y con la frecuencia
necesaria, como para clamar el incipiente síndrome de abstinencia que
condiciona su dependencia.
Desde el principio debe quedar bien sentado que ser pipafumador es
perjudicial para la salud, pues de eso no cabe duda. Cualquier fumador
de pipa que decida dejar de hacerlo hoy mismo, mejora sus posibilidades
de llegar sano a viejo, del mismo modo que si hoy nos propusiéramos no
consumir ni un gramo más de sal o cualquier carne grasa. El tabaco, la
sal y las grasas animales son completamente innecesarios para la salud,
son potencialmente peligrosos y no producen beneficio objetivo alguno.
No he incluido el alcohol deliberadamente, pues, a diferencia de la sal o
las grasas animales, parece ya demostrado que su consumo moderado sí es
beneficioso para la salud, contrarrestando en algún grado el desarrollo
de la arteriosclerosis.
La cuestión del tabaco en una pipa y la salud se puede resumir en la
siguiente pregunta: “¿el placer que obtengo de fumar una pipa, compensa
los riesgos que conlleva para mi salud?”. Creo que cualquier
pipafumador, más o menos conscientemente se habrá planteado esa
cuestión. Evidentemente, la habrá resuelto a favor del placer de fumar,
ya que en mi opinión los pipafumadores lo hacen porque lo desean, no
porque son incapaces de evitarlo, como suele suceder con los de
cigarrillos.
Seguro que muchos lectores, a esta altura, ya habrán considerado que la
cuestión se plantea de manera demasiado cartesiana, excesivamente
racional. Son éstos los que afirman perseguir su placer a costa de
cualquier riesgo, y suelen expresar su escepticismo con giros como “de
algo hay que morir”, o que afirman que estamos expuestos a tantos
riesgos para la salud (contaminación, aditivos alimentarios…) que no
merece la pena plantearse la cuestión. Aun así, estoy seguro que, aunque
sea instintivamente, estas personas también han hecho su cálculo de
coste / beneficio.
El beneficio o placer de fumar pipa, como cualquier otro, es
incalculable. Se trata de una cuestión puramente personal que cada uno
aquilata a su gusto y que, además, puede variar según las circunstancias
o épocas de la vida. Elegir la pipa, el tabaco, el primer aroma al
olerlo, la liturgia de encenderlo y la consagración del encendido, ver
la brasa, el sabor y el aroma que embarga los sentidos, la visión del
humo elevándose, la compañía de un libro, una música, un licor o una
persona… Todas esas son las cosas que apreciamos de la pipa y que cada
cual sopesa a su gusto. Sin embargo, los riesgos para la salud, el otro
platillo de la balanza, no dependen de cada quisque. Son los mismos para
todos y se pueden cuantificar. No creo que se pueda en verdad sopesar
el placer con los riesgos si se conocen los primeros pero se ignoran los
segundos.