Doroteo Ardiles
...la mañana se había presentado fría pero soleada. Cerca del
estero redondo una pareja de chajás se peleaba con un zorro
indiscreto,y desde las espadañas algunas bandadas de siriacos iban
levantando vuelo buscando para el lado del arroyo.
Doroteo Ardiles contempló ese pedazo de tierra que lo vio nacer y
cargo su pipa con pellizcos de aquél tabaco que se había empecinado en
crecer detrás del horno, entre la higuera mora y el alambrado
del piquete de los parejeros. El doctor Argüelles lo había traído desde
el otro lado del mundo y jamás pudieron hacer crecer ni una sola
planta, y sin embargo esas pocas semillas que el se había guardado,germinaron allí y ahicito nomás se
emperraron en crecer. El viejo fue aprendiendo luego a secarlas y
mezclarlas; y por supuesto eran parte de su sosiego en mañanas como
éstas.
Ya no se acordaba si fueron dos o tres meses en que estaba
realmente solo, su único hijo había partido a asegurar un pedazo de
tierra sureña del cuál tan poco se hablaba hasta esas fechas y lo único
que había podido saber eran un par de cartas escritas de puño y letra
en donde lo enteraba de los fríos del lugar y la buena predisposición
de la tropa.
El mismo había jurado defender ese pabellón celeste y blanco allá
por su juventud, su padre también lo hizo y su abuelo allá por el 10
aplacando los rebeldes de López Jordán que bajaba desde Reconquista con
toda la intención de apersonarse hasta las mismas calles de tierra de
aquella Santa Fe de antaño.
Encendió una chalita seca con el tizón del fogón y le arrimó como
al descuido a la hebra recién acomodada, una o dos pitadas largas y el
humo comenzó a hacerse sentir en su boca, en el aire, y lo llenaba de
una profunda reflexión en cuanto a su entorno.
Dos zorzales se conversaban desde lejos allá en donde el patio
terminaba y se perdía en el monte, una calandria metiche intervenía en
la conversa.
Doroteo se acomodó un poco en la silla petizona, con una vara de
algarroba acomodó la tizonera y cuerpeó la pavita ennegrecida de hollín
como para arrancarle unos amargos.
Tomó la uña de guazuncho que tenía de atacador y empujó la brasa solo
unos milímetros más abajo, el olor dulzón del tabaco, más la fresca de
la mañana le traía a la memoria los recuerdos de una infancia lejana.
Si hasta a veces creía que la veía a su máma trajinando en el patio, boyereando terneros o amasando el pan...
...o al gran amor de su vida, antes de que la fiebre los dejara a él y a su borrego solos en esta tierra...
El cacareo de una demorada gallina lo sacó de su sopor de ensueños. Bocanada tras bocanada sus pensamientos lo iban ensimismando en su
pequeño mundo. Tenía pensado luego agarrar la yuxtapuesta y hacerle un
entre al estero.
Cerca del catre tenía la radio, aquella que comprara al turquito
Alem pero que todavía no aprendió a encender. Cuando llegara el día de
volver a ver a su hijo, éste seguramente le enseñaría a hacerlo y
reirían juntos de su poca habilidad para con lo moderno.
Reposó su amiga y compañera a un costado. Preparó el mate y sorbió lentamente ese néctar...
A lo lejos el tren que volvía de Paiva hizo sonar su silbato...
Doroteo se tomó el tiempo para limpiar su pipa y acomodarse en su
quehaceres, la vida de puestero y la espera de su crío lo estaban
incomodando, hubiese preferido estar en la ciudad esperándolo
directamente en el andén de la Belgrano, quizá después hubieran podido
ir a caminar a la costanera, o tomarse un liso en el Baviera...
La polvareda del camino distrajo su atención, no era paraje para
andar extraviado y el no era hombre de recibir muchas visitas. Un
pinto ruano que estaba pastoreando cerca del camino se corrió al
paso del vehículo y continuó con su faena como si jamás hubiese
ocurrido nada.
El jeep estacionó cerca del rancho y sus ocupantes esperaron a que
la nube de polvo se asentara para poder abrir la puerta, Doroteo salió a
su cruce con los ojos llorosos esperando ver a su hijo volviendo como
un héroe, pero solo encontró un par de gestos adustos y serios.
Una mano le acercó una carta que él abrió con absoluto sigilo y nervios:
Buenos Aires, Junio 24 1982.
El que suscribe Jefe del Estado Mayor General de la Armada, Almirante.... tiene el penoso deber de informar...
...Sus ojos y sus manos no le permitieron seguir leyendo...
Levantó la vista, observó a los dos oficiales que tenía frente y preguntó:
-¿cómo se comportó mi gurí?
Éstos, que habían vivido el conflicto desde la comodidad que le
brindaba una oficina sobre Avenida Freyre, se miraron entre ellos sin
saber que decir, y el de mayor jerarquía tomó la palabra:
-Su hijo se portó como todo un héroe señor, demás de querido entre
sus camaradas, siempre atento a todo...la Armada Argentina lamenta
muchísimo la pérdida de tan invaluable componente...
Doroteo disimulo el llanto, apretó la mano de quien fuera su interlocutor, giró sobre sus pasos y entró.
No más de media hora después, se había bañado, perfumado y vestido
con sus mejores pilchas gauchas... soltó los cardenales, abrió la
puerta de todos los corrales y dejó abierto el molino... se sentó en el
alero del rancho, tomó una pipa y la cargó hasta la mitad.
Encendió el tabaco e inhaló ese humo denso que cubrió de olores el ambiente...
Dos teros que merodeaban cerca del tanque de agua, volaron espantados al oír el disparo...
Desde ese entonces en el pago se comenta que allá entre el campo
del viejo Cejas y el de la compañía, hay una tapera que pocos
conocen... y que nadie visita, que emana unos olores dulzones de
tabacos curados...dicen además que si podes llegarte de mañana temprano
podrás encontrar en una enramada unas hojas curadas de un tabaco
exquisito, que nadie sabe quien corta, ni quien seca...tabaco que por
cierto se ha empecinado en crecer, entre una centenaria higuera mora y
lo que alguna vez fue el alambrado de un piquete. Dicen que el
finado doctor Argüelles lo había traído desde el otro lado del mundo
pero que jamás pudieron hacer germinar ni una sola planta... y que
solo crece guacho en esa tapera.
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